¿No sería mejor que no existieran hombres y mujeres? ¿Que todos fuéramos del mismo sexo? ¿Cuántos corazones rotos nos ahorraríamos? Muchos psicólogos evolutivos piensan que el amor es una consecuencia de la aparición de los dos sexos, así como de la necesidad de encontrar a alguien del sexo opuesto con quien tener descendencia y cuidarla. Sería maravilloso que fuéramos como una esponja marina y reproducirnos con nuestras esporas o que, como muchos animales invertebrados, fuéramos hermafroditas, así tendríamos los órganos masculinos y femeninos para reproducirnos nosotros mismos. Obviamente, los grandes productores de telenovelas se irían a la bancarrota y las sagas de Hollywood se limitarían a la ciencia ficción. Mejor no, volvamos a los aspectos positivos de que existan dos sexos.

La variabilidad genética es la principal razón por la que existen dos sexos. Si nosotros tuviéramos clones o individuos iguales a nosotros la probabilidad de que sobrevivieran a un evento impredecible -como un virus, una bacteria letal o un desastre ecológico- sería mucho menor que cuando la descendencia es mitad nuestra y mitad de otra persona. Nosotros no sólo heredamos los rasgos físicos de nuestro padre y nuestra madre, sino también su sistema inmunológico, el cual nos defiende de muchas enfermedades; muchas personas no están conscientes de esto hasta que sobreviven a alguna epidemia o enfermedad. En definitiva, no solamente heredamos el color de pelo o de ojos, sino también la propensión o resistencia a ciertas enfermedades. Cuando se juntan dos sexos, la descendencia puede heredar características de ambos, lo cual aumenta su probabilidad de supervivencia. Suena poco romántico, ¿verdad?

Este artículo forma parte del libro “Los misterios del amor y el sexo”.

© D.R. Silvia Olmedo, 2019.