Cosificar a la mujer, significa hacer uso de ella o de su imagen para fines que no la dignifiquen ni como mujer, ni como ser humano.
La forma más frecuente de cosificación de la mujer es la sexual, convirtiéndola en un objeto a disposición de los hombres.
En primer lugar tenemos los anuncios impresos, televisivos y de otro tipo en que a la mujer se la deja ver como un mero objeto que tiene que ser explotado y expuesto.
Por lo regular, se sitúa al lado de herramientas, cigarros, licores, tractores, automóviles, desodorantes y un sinnúmero de productos que las empresas quieren vender.
En la mayoría de los casos, la cosificación del cuerpo de la mujer se produce con base en un aislamiento o énfasis que se le da a una zona concreta del cuerpo, por ejemplo, la boca o los pechos y otras zonas eróticas.
Este erotismo no se produce únicamente a partir de la desnudez, sino que también surge del contexto, de objetos, del ademán o postura del sujeto.
Del vestido o accesorios, de la manera de llevarlos e, incluso, de la manera de mostrar o de ocultar el propio cuerpo.
Si observamos lo que diariamente nos rodea encontraremos la cosificación en los anuncios publicitarios, el cine, en la letra de las canciones, en el trato periodístico que reciben las atletas femeninas.
En la prensa escrita, en los disfraces infantiles, en las ofertas lúdicas y de juguetes para niños y niñas.
Algunos uniformes escolares, en las ofertas laborales, en determinadas exigencias en los lugares de trabajo.
Los uniformes de algunos establecimientos, el vocabulario utilizado por mujeres y hombres, pero lo preocupante es que es parte de la cotidianeidad y lo normalizamos.
La cosificación es una forma de violencia machista que nos cuesta identificar como tal por la normalización social que hemos hecho.
Tal vez sea necesario que nos planteemos donde se sitúa la raíz del problema.