El lenguaje construye o destruye, nos delata, nos identifica, nos compromete. El lenguaje crea realidades y revela su contexto y ambiente. El lenguaje en México, lamentablemente, suele ser corrupto, ególatra, misógino y machista. Aquí, algunos ejemplos comunes:

  • No seas nena o pareces una niña: se usa para referirse a alguien a quien se considera cobarde, frágil o débil. Así, nena o niña se usan de forma peyorativa.
  • ¡Qué puto!: es una frase que se usa para condenar a alguien que difiere de nosotros o que no accede a algo, además de ser una expresión homófoba.
  • Maricón: es una forma homófoba de referirse a un gay y se usa para ofender, como si el ser “gay” fuera un insulto.
  • ¡Eres un chingón!: si chingón, viene de chingar y chingar viene de un acto sexual no consentido, entonces, ser un chingón es ser un “abusador”. En México, sin embargo, es sinónimo de ser alguien exitoso.
  • El que no tranza, no avanza: indica que sólo puedes ascender o ganar con corruptelas.

Seguro tú has dicho alguna de éstas u otras frases similares, simplemente porque son de uso común y están tan arraigadas en nosotros que no nos alarman ni nos preocupan e, incluso, pasan desapercibidas. Sin embargo, el verdadero trasfondo sí es alarmante: lingüísticamente humillamos a las mujeres y a las personas LGBT+ y ensalzamos la masculinidad hegemónica.

Si transmitimos la cultura a través del lenguaje, no debería de sorprendernos que nuestra sociedad sea homófoba, misógina, machista y corrupta, como así lo reflejan las alarmantes cifras que cada año conocemos acerca de feminicidios, crímenes de odio y la pobre, casi nula, impartición de la justicia.

Cambiar nuestra realidad implicaría, entonces, cambiar nuestro lenguaje, porque al educar el lenguaje, educamos también la cultura. Cambiar nuestro sistema de comunicación nos obligaría a modificar nuestro pensar y, en consecuencia, nuestro actuar. Tal vez ese sea un buen comienzo, al menos sería esperanzador escucharnos hablar con respeto, con tolerancia, con pulcritud, con amabilidad y sin sobajar a ningún género. Hablar, pues, sin violentar.

© D.R. Diana Vázquez, 2019.