Aunque la pederastia no tiene que ver con la condición social, el caso de Jeffrey Epstein, en Estados Unidos, me indigna profundamente por su vinculación con el dinero y el poder. 

Jeffrey Epstein fue un multimillonario financiero estadounidense, amigo de figuras poderosas como el Príncipe Andrew de Inglaterra, el actor Kevin Spacey, y políticos como Bill Clinton y Donald Trump. Aunque su posición le permitió permanecer impune por muchos años, en julio de 2019 fue finalmente acusado, condenado y convicto por abuso y tráfico sexual de menores.  

El 10 de agosto, a pocas semanas de haber ingresado a una prisión de alta seguridad en Nueva York, fue encontrado muerto en su celda, por un presunto suicidio, versión que varios ponemos en tela de juicio. 

Los casos de abuso contra Epstein se destaparon en 2005, pero fue en 2008 cuando un tribunal de Florida lo condenó por solicitar prostitución y tentar a la prostitución de menores. Epstein logró entonces eludir cargos graves pese a que había 36 menores de edad vinculadas a su caso. Fue condenado a solo 13 meses de cárcel y ser inscrito en el registro federal de delincuentes sexuales.

Una investigación del Miami Herald reveló que los fiscales en Florida habían redactado 53 páginas de cargos en su contra, pero fueron retirados de último momento, cuando la fiscalía y los abogados de Epstein llegaron a un acuerdo monetario. Uno de los fiscales que estuvo en la negociación fue Alexander Acosta, quien después se convirtió en el Secretario de Trabajo del gabinete de Donald Trump.

Algo similar sucedió en el caso de Michael Jackson. Estos acuerdos pueden ayudar a restituir parcialmente la parte económica pero ¿cómo sanar heridas tan profundas, heridas que no solo marcan de por vida a la víctima sino también a la sociedad? 

Personalmente, me mueve mucho que permitan que el dinero sea la forma de compensar semejantes crímenes. No existe ni persona tan importante, institución religiosa o dinero suficiente para intercambiar la integridad de un ser humano. 

Eduquemos, informemos a los niños y niñas que NADIE, ni sus propios padres, tienen el derecho de tocar sus partes íntimas. Enseñemos la importancia de comunicar cualquier tipo de insinuación, acoso o abuso sexual. 

© D.R. Rochelle Sidney, 2019.