La violencia sexual infantil es un grave problema de salud pública, aunque ahora se ha propuesto ampliar la definición para abarcar otras formas . A principios del siglo pasado, Sigmund Freud reconoció y planteó el abuso sexual a menores de edad y las graves consecuencias que conlleva en el desarrollo psicológico de niños y niñas.
La OMS define la violencia sexual infantil como “una acción en la que se involucra a un menor en una actividad sexual que él o ella no comprende completamente, para la que no tiene capacidad de libre consentimiento o su desarrollo evolutivo (biológico, psicológico y social) no está preparado o, también, que viola las normas o preceptos sociales”.
De hecho, ante la prevalencia de los abusos, en 2018, la misma organización difundió las Directrices Clínicas Para Responder a Niños, Niñas y Adolescentes que han Sufrido Violencia Sexual, donde formula una serie de recomendaciones y prácticas adecuadas para los proveedores y servicios de salud.
Por su parte, en 2015, la Academia Española de Sexología y Medicina Sexual propuso completar la clasificación existente de violencia, incluyendo una nueva tipología etiquetada como “maltrato sexual infantil” (MSI). Así, el MSI sería “cualquier acción u omisión intencional, no accidental, que pueda hacer daño a la sexualidad infantil y a su desarrollo sexual y amoroso posterior”.
A partir de esta definición, estas son formas detectadas de MSI:
En general, la prevención de la violencia implica favorecer el desarrollo de factores protectores, tanto individuales como familiares y comunitarios. Al sector salud le corresponde el tratamiento de las consecuencias de la violencia sexual infantil, así como tener un rol activo en la prevención, la detección y la atención de las situaciones del MSI.
© D.R. Naty Hernández, 2019.