La violencia en el noviazgo es un problema social por las implicaciones y el desgaste que ocasiona, pero también de salud pública por el número de casos, así como por las consecuencias que genera en los individuos, afirmó la profesora de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, Claudia Ivethe Jaen Cortés.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, desde hace varias décadas es un asunto de derechos humanos porque atenta contra la dignidad y la integridad de los individuos.
Se trata de un tema que debe ponerse sobre la mesa por las implicaciones que conlleva, incluso para la sociedad en general, comentó durante la conferencia a distancia “Violencia en las relaciones de noviazgo ¿Cómo identificarla y prevenirla?”, organizada por la FP.
Solo de cuatro a 10 por ciento de los jóvenes denuncian conductas violentas por parte de sus parejas, ante autoridades de salud o instancias jurídicas. “Es bajo el porcentaje y ello se debe a la revictimización de los denunciantes y al desconocimiento de los procedimientos legales”.
Ante ello, es necesario enseñar –desde niños hasta adultos– lo que se debe llevar a cabo en esta materia ante situaciones de abuso, acotó.
De acuerdo con la experta, numerosos jóvenes viven esta situación en secreto, por lo que se va deteriorando la persona pues la relación “lo consume”; otros acuden a sus pares para solicitar consejo, pero en su mayoría recurren “al ojo por ojo”.
Sin embargo, lo mejor es dirigirse a las instituciones que existen en el país para que les brinden apoyo, hablar con un familiar de confianza o con los padres para tomar medidas y terminar el noviazgo.
Jaen Cortés alertó que las agresiones inician entre risas, con un jugueteo agresivo; uno de los miembros de la pareja pone apodos en apariencia cariñoso, da nalgadas, pellizquitos y empujones. A medida que surge algún conflicto o situación que no sea agradable, esa actitud avanza hacia conductas agresivas.
También confunden los actos de control y manipulación como manifestaciones de amor, por los que es difícil detectarla, y para ellos además resulta complejo comprender o apreciar que están en una relación donde existe abuso, aunque dependerá de la tolerancia y la percepción de cada uno de los miembros de la pareja “porque quizá para uno de ellos un pellizco o un apodo no signifiquen gran cosa, pero para el otro sí. Unos pueden tomarlos con tintes cariñosos, mientras que para otros signifique una ofensa”, enfatizó.
Por ello resulta complicado medir la violencia en el noviazgo. La mayoría de los estudios señalan que inicia entre los 12 a 13 años de edad, aunque en la actualidad los adolescentes comienzan relaciones románticas de los 10 a los 12.
Son diversos los tipos de agresión: emocional o psicológica, es decir, cuando se tiene la intención de dañar los sentimientos de la pareja, incluso se comete abuso verbal para ocasionar dolor, malestar emocional, sufrimiento.
La física, la cual atenta contra el cuerpo de la persona, “aquí pueden darse patadas, pellizcos, empujones, etcétera; sexual, que va desde la presión para tener intercambio sexual, actos sexuales que no se desean, incluso violación”, acotó la universitaria.
Además, continuó, la económica y la patrimonial. “Hemos encontrado que las parejas piden dinero prestado entre sí y ya no lo devuelven, rompen el teléfono celular y la computadora, o dañan el auto, etcétera”.
Jaen Cortés explicó que desafortunadamente se carece de estudios recientes en México que analicen la prevalencia del fenómeno. Los datos más recientes son de la Encuesta Nacional sobre Violencia en el Noviazgo (Envin) que realizó el Instituto Nacional de la Juventud en 2007; y de la del Instituto Nacional de la Mujeres que llevó a cabo la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares de 2016 (Endireh).
La primera reportó que siete de cada 10 adolescentes y jóvenes de 15 años y más experimentaron un evento de agresión, una prevalencia alta con la coacción psicológica en primer término, seguida de la física y al final la sexual. Mientras que en la Endireh, a diferencia de la Envin, se preguntó a hombres y mujeres para determinar la magnitud de la agresión que se ejerce hacia ellas.
En ese último estudio se encontró que 66 por ciento de las mujeres de 25 a 34 años de edad vivió situaciones de violencia emocional, física, económica, sexual, incluso discriminación a lo largo de su vida. De manera específica, en lo que corresponde a la violencia de pareja se registró que en su última relación, cuatro de cada 10 la experimentaron.
Existen investigaciones que indican que los varones reciben violencia psicológica en mayor proporción, principalmente por cuestiones vinculadas con celos, control y manipulación. Los estereotipos de género también propician la crueldad; México es un país altamente tradicionalista, estamos inmersos en ese fenómeno, refirió.
Las consecuencias de la violencia son diversas, entre ellas a la salud física como lesiones, hinchazón y moretones por golpes, dolor crónico, fibromialgia, incluso fracturas, movimiento físico reducido; mayores probabilidades de suicidio y muerte por feminicidio u homicidio, advirtió la investigadora.
En el área psicológica se manifiestan en el funcionamiento mental y de comportamiento; es decir, se incrementa el consumo de alcohol, tabaco y drogas; falta de concentración y, por ende, bajo rendimiento académico, carencia de motivación y energía, además de conductas sexuales de riesgo, síntomas de ansiedad, depresión y estrés postraumático.
Mientras que en el ámbito sexual conduce al uso inconsistente del condón, lo que puede llevar a contraer enfermedades de transmisión sexual, como VIH, o embarazos no deseados.
Entre los signos de alarma que permiten detectar comportamientos agresivos, destacan: celos extremos y actitud posesiva, invasión de la privacidad y la toma de decisiones, manipulación y manifiestas expresiones de temor a ser engañados o abandonados; intimidación o hacer sentir miedo a la otra persona; intentar dominar, así como aislar a la pareja del resto de sus relaciones interpersonales.
Al concluir, Jaen Cortés expuso que es necesario cuestionar los estereotipos rígidos e inequitativos sobre lo que es masculino o femenino; empezar a cambiar la idea de que por ser mujeres u hombres debemos realizar determinadas tareas. “Ambos géneros podemos trabajar a la par en nuestro crecimiento personal y autocuidado; y analizar la forma en que estos estereotipos afectan nuestras relaciones de pareja y fomentan la inequidad”.