Desde que un ser humano se gesta, percibe el mundo en el interior de su madre. El feto es nutrido, alimentado y crece con un vínculo de vida que le permite, durante nueve meses, formar los primeros patrones de su desarrollo, dependiendo, claro, de las emociones que su madre viva y procese. Así, algunas investigaciones han demostrado cuánto influye la aceptación o rechazo de un ser humano durante su periodo de gestación.
Al nacer, el bebé comienza a ver todo a través de los ojos de sus padres. Mirando a su padre y a su madre irá sacando conclusiones de cómo funciona el mundo que le rodea y de quién es él o ella en su entorno.
Todas las personas nacen con un temperamento definido, el cual influirá en su carácter, y, aunque los padres no puedan intervenir sobre la herencia genética, sí podrán hacer mucho en cuanto a la relación que establezcan con su hijo o hija. Este nuevo vínculo ayudará a moldear el desarrollo emocional del niño o niña y, por consecuencia, su forma de actuar.
Por su parte, los padres verán siempre a sus hijos con ciertos filtros, en ellos influyen los valores, creencias, normas o conflictos que tengan en su vida. Estos filtros influyen en las expectativas que los padres tienen sobre sus hijos, muchas de las cuales están presentes incluso antes de que el niño nazca.
Si hablamos con cualquier madre que está a punto de dar a luz nos encontraremos, por ejemplo, que ya se ha formado algunas ideas sobre cómo será su bebé y, si esto es así desde antes de nacer, todas las expectativas se incrementan con su llegada y conforme crece. Por ello, los padres con los que el niño o niña se vincula son trascendentales en su desarrollo.
© D.R. Naty Hernández, 2019.