Luego de los dos sismos que se registraron en México, el 19 de septiembre y la madrugada del jueves 22 de septiembre de 2022, las secuelas de estos eventos, más el doloroso recuerdo de los temblores de 1985 y 2017 que ocurrieron el mismo 19 de septiembre, han dejado grandes heridas en los mexicanos, y sus repercusiones pueden afectar la salud mental y emocional, porque al mínimo aviso de un nuevo sismo nos remitimos al miedo y la ansiedad.
Ante estos eventos recientes, se ha empezado a hablar de la “tremofobia” como el temor persistente, incontrolable y desmesurado frente a los movimientos sísmicos; problema que puede llegar a alterar las relaciones sociales y familiares.
Sin embargo, determinar que existe una fobia a los temblores, como se ha especulado, es erróneo, de acuerdo con los profesores de la Facultad de Psicología de la UNAM, Hugo Sánchez Castillo y Ricardo Trujillo Correa, quienes aseguraron que el término no es válido.
Sánchez Castillo justificó que este término iría más ligado a las secuelas que dejan los sismos como “la ansiedad, la fobia y el trauma postraumático, pero en sí, no está dentro del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM5), que es la obra más completa y actualizada de la práctica clínica, a disposición de los médicos especializados en salud mental y de los investigadores”.
Por su parte, Trujillo Correa criticó el mal uso del término “tremofobia” debido a que no existe evidencia, relevante en trabajos, y tampoco argumento científico que sustente la fobia a los temblores. “Me parece que estamos nutriendo esto de patologizar la vida cotidiana. A todo lo que nos sucede, ya le queremos dar un significado distinto. Si se muere mi perro, es válido que esté triste, pero si ese sentimiento dura una semana, ya muchos señalan que tengo depresión y lo mismo pasa al usar este término”.
Ambos coincidieron en que sentir miedo a los temblores es normal y no se debe esconder ni tener pena por mencionarlo, ya que forma parte de nuestra naturaleza, incluso nos permite estar alerta ante estos movimientos telúricos.
“El miedo nunca desaparece. Nosotros, como psicólogos, trabajamos para que las personas resignifiquen ese miedo y tengan una forma de afrontarlo diferente. Tener miedo a los sismos no debemos verlo como una emoción negativa, sino como una emoción adaptativa. No se debe remover, sino aprender a vivirla”, detalló Ricardo Trujillo.
El pasado jueves 21 de septiembre la coordinadora nacional de Protección Civil, Laura Velázquez Alzúa, informó que se plantea la posibilidad de que se lleven a cabo dos o tres simulacros nacionales al año. Esto si bien fue apoyado por la población en redes sociales, también tuvo sus contrapartes negativas, ya que algunos señalaron que “se atraen a los temblores de esta forma” y “que realizarlos de manera reiterativa es una pérdida de tiempo”.
Ante esa situación, los académicos de la UNAM, estimaron necesario continuar con estos ejercicios, ya que nos permiten relacionar la alerta sísmica con algo positivo que nos facilita crear una respuesta de sobrevivencia.
“Por ejemplo, los jóvenes que nacieron después del temblor del 85 tomaban los simulacros como juego o pérdida de tiempo, porque no había esta asociación, no había esta continuidad y contingencia en cuanto al estímulo: percibo la alarma sísmica y la respuesta de sobrevivencia. Pero cuando llega el 2017, suena la alarma y empieza el temblor. El sistema nervioso central hizo la asociación inmediata.
Ahora sí, la alarma empezaba a mostrar estos efectos de manera significativa. Son mecanismos de aprendizaje que los aprendemos con un solo evento”, explicó.
“Debemos entender que el beneficio es para la comunidad, es un bien mayor mantener estos mecanismos (realizar simulacros). Los simulacros no debemos tomarlos a juego, la cultura de prevención debe ir más allá y es necesario aceptar que vivimos en una zona sísmica para que cuando llegue otro evento de este tipo, hacer lo que nos corresponde y no nos afecte de la misma manera”, expuso Ricardo Trujillo.